FOTOMATON
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Mis creaciones
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By M.Ig. Miranda
Llegaba tarde. Aquel maldito tropiezo le hizo llegar tarde al anden. El tren había partido. Tras esperar unos minutos, tomo el siguiente; pero ya no llegaría a tiempo. Las tiendas habrían cerrado, el laboratorio no estaría abierto, y el necesitaba, sin falta, una fotografía de carnet para renovarse el pasaporte.
Muy a su pesar, y por necesidad, se dirigió hacia el fotomatón más cercano. ¡Cómo odiaba esas malditas máquinas! Frías, tristes, sin personalidad.
Se tanteó los poblados bolsillos, llenos de tickets, monedas, clips,..., buscando las monedas necesarias; al fin, tras una ardua búsqueda halló el importe exacto. Con parsimonia y especial dedicación introdujo, una a una, las monedas en la oscura ranura de la maquina, que le parecía la boca de un pozo sin fondo. Cada vez que usaba una máquina de este tipo le venia a su mente la misma imagen.
Se sentó en el “potro de tortura” y tras unas maniobras vacilantes consiguió adoptar la altura a la postura indicada en el cartel desinformativo. Ya estaba preparado, así sin más dilación, apretó el botón de inicio. ¡Flash! ... ¡Flash! ... ¡Flash! ... ¡Flash! Los resplandores de la luz se parecían a los disparos a bocajarro que Jack Malone hacia contra Kate en el último film que había visto.
Se levanto, aturdido, deslumbrado, con los ojos semicerrados por los mortales fogonazos, del potro de tortura y salió al exterior. Y ahora a esperar ... dos, cinco, tal vez diez minutos. ¡Maldita espera!
En esos momentos de aburrida espera le vino a la memoria, años atrás cuando era un joven estudiante, una noche de fiesta con Mary. En esas horas de la madrugada, cuando las calles se llenan de sombras y fantasmas, se habían amado en el interior de un fotomatón tras la intimidad de su “segura e indiscreta” cortinilla, y se habían retratado. ¡Hermosos recuerdos!
Sus recuerdos se borraron al compás del estruendo del secador de la máquina. Un cigarrillo y el chivato rojo (quizás avisando del peligro) le anunció que sus fotografías ya estaban listas. El sordo ruido producido al caer la tira de fotografías sobresalió sobre el monótono ir y venir del trafico en la avenida. El proceso había finalizado. Con decisión recogió sus fotos. Una paz interior le invadió, y se sintió muy feliz. El pasaporte para su libertad estaba más cerca. El visado para huir de la esclavitud de su matrimonio con Mary.
Poco a poco, antes de guardalas en el bolsillo de la chaqueta, volvió las fotos para ver como habían salido... ¡Horror! Era la foto de aquella noche. Era su primer beso con Mary aquella dulce madrugada.
Muy a su pesar, y por necesidad, se dirigió hacia el fotomatón más cercano. ¡Cómo odiaba esas malditas máquinas! Frías, tristes, sin personalidad.
Se tanteó los poblados bolsillos, llenos de tickets, monedas, clips,..., buscando las monedas necesarias; al fin, tras una ardua búsqueda halló el importe exacto. Con parsimonia y especial dedicación introdujo, una a una, las monedas en la oscura ranura de la maquina, que le parecía la boca de un pozo sin fondo. Cada vez que usaba una máquina de este tipo le venia a su mente la misma imagen.
Se sentó en el “potro de tortura” y tras unas maniobras vacilantes consiguió adoptar la altura a la postura indicada en el cartel desinformativo. Ya estaba preparado, así sin más dilación, apretó el botón de inicio. ¡Flash! ... ¡Flash! ... ¡Flash! ... ¡Flash! Los resplandores de la luz se parecían a los disparos a bocajarro que Jack Malone hacia contra Kate en el último film que había visto.
Se levanto, aturdido, deslumbrado, con los ojos semicerrados por los mortales fogonazos, del potro de tortura y salió al exterior. Y ahora a esperar ... dos, cinco, tal vez diez minutos. ¡Maldita espera!
En esos momentos de aburrida espera le vino a la memoria, años atrás cuando era un joven estudiante, una noche de fiesta con Mary. En esas horas de la madrugada, cuando las calles se llenan de sombras y fantasmas, se habían amado en el interior de un fotomatón tras la intimidad de su “segura e indiscreta” cortinilla, y se habían retratado. ¡Hermosos recuerdos!
Sus recuerdos se borraron al compás del estruendo del secador de la máquina. Un cigarrillo y el chivato rojo (quizás avisando del peligro) le anunció que sus fotografías ya estaban listas. El sordo ruido producido al caer la tira de fotografías sobresalió sobre el monótono ir y venir del trafico en la avenida. El proceso había finalizado. Con decisión recogió sus fotos. Una paz interior le invadió, y se sintió muy feliz. El pasaporte para su libertad estaba más cerca. El visado para huir de la esclavitud de su matrimonio con Mary.
Poco a poco, antes de guardalas en el bolsillo de la chaqueta, volvió las fotos para ver como habían salido... ¡Horror! Era la foto de aquella noche. Era su primer beso con Mary aquella dulce madrugada.